¿Quién es ése del chándal?
Santiago Bernabéu.
A falta de siete minutos escasos para la finalización del partido Real Madrid - Real Sociedad, medio despistada viendo una monotonía de jugadores poco motivados que dejan escapar buenas ocasiones de gol, y pensando más en lo que voy a hacer cuando salga que en el propio evento que tengo ante mis ojos, algo ocurre. Algo raro.
¿Quién es ése del chándal? pregunta mi compañero. No sé, qué raro. ¿Qué pasa?. Un gesto con las manos, un silencio sepulcral, que no real, y los jugadores desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. Todos de pie, el agua que tenía en las manos se me cae y me moja los pantalones. ¿Pero qué pasa? La gente empieza a abandonar sus asientos y se dirige a la salida. Las piernas empiezan a temblarme.
Tranquila, me dice mi compañero, tranquila, no pasa nada, no te preocupes. Y una voz por megafonía nos pidió que por favor abandonáramos el estadio. ¿Bomba? ¿Incencio? ¿Amenaza? pero ¿qué pasa? Me tiembla todo el cuerpo, no me llega la sangre a la cabeza y empiezo a marearme.
El campo de juego estaba lleno de gente. El padre de mi amigo es minusválido y se mueve con dificultad, así que esperamos que la gente vaya saliendo para poder salir nosotros los últimos, lejos de la avalancha de gente. Aunque tal avalancha no hubo como tal. La gente salía deprisa pero ordenadamente, con paciencia. Algo realmente asombroso. Supongo la mayoría no creía que fuera nada grave.
Yo, con el 11 de Marzo en la cabeza, con las pequeñas bombas que va dejando ETA últimamente allá donde puede, me invadió un terror indescriptible. Quizá no quieran montar una masacre, pero sí un par de muertos... o heridos... o simplemente asustarnos. Y con esa idea seguía temblando, quieta en mi sitio, esperando que todo el mundo saliera antes que yo para salir nosotros después, más despacito.
La gente me miraba cuando decía que me mareaba, y buena cara de susto debía tener. Cuando conseguí hablar con mi padre por teléfono, efectivamente era una amenaza de bomba. "Hijos de puta" es lo primero que te viene a la cabeza. Semejante susto hay que vivirlo para saber lo que es. ¿Estás asustada? me pregunta una conocida. Sí. Yo también. Y con sonrisas y conversación agradable, fuimos desalojando tranquilamente el Bernabéu, muy despacio, pero sin dejar de temblar.
Los momentos de mareo pasaron, aunque hubo un momento en que pensé que me venía abajo. Respira, respira me decían. Vamos, tranquila, seguro que no es nada. Dejamos el coche en el parking, y nos dirigimos a una cafetería. La calle estaba llena de gente, la mayoría corriendo o andando deprisa, configurando un paisaje caótico que cuando menos, impresionaba.
Los puestos de palomitas, pipas y demás eran recogidos con rapidez. Las sirenas de la policía sonaban sin cesar. En fin, bastante caos. Pero realmente un caos que estaba en mi cabeza, porque al hacer una valoración de los hechos, el Bernabéu fue desalojado en minutos y con un orden asombroso. No hubo ningún problema, al menos que yo sepa. La gente salió admirablemente. Otra prueba más de que el ser humano responde. ¿O de que ya estamos desgraciadamente acostumbrados a este tipo de acontecimientos? Uff, prefiero no pensarlo.
Pasó bastante tiempo antes de que dejara de temblar y se me asentara el cuerpo.
Después de cenar pasamos a recoger el coche, y estaba la zona desértica, salvo un grupo de gente con cámaras en una de las puertas del Bernabéu, y un grupo de policías y coches de policía.
Afortunadamente, una experiencia que puedo contar, y que no se ha quedado más que en una anécdota.
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